Tomás Calvillo Unna
17/05/2023 - 12:05 am
La celebración del juego
“La celebración del juego diestro interroga en su hondo silencio”.
I
Esa perfección que el acierto celebra
en la mesa de billar de cada día,
es una certeza de centímetros esculpidos
que reconoce un orden que nos precede
y cuestiona.
La celebración del juego diestro
interroga en su hondo silencio,
que aparenta su rutina,
la geometría
que contiene las mil y un formas
donde los sucesos acomodan su sentido.
Cada quien tiene puesta su mesa
en las primeras horas,
a pesar del desconcierto
que comienza a envolvernos.
No es ya más el ajedrez saturado
donde las piezas saltan
y se fracturan.
Lo que toca es el fino pulso,
del taco y la tiza
de una carambola
que a la mayoría acalle.
No es cuestión de meses, ni de horas;
es el diestro movimiento a vista de todos
que la esfera blanca captura
en su rotación de golpes,
cuando retorna la paz a la tierra
para los de buena voluntad
y para los que carecen de ella.
II
Dilatar el espacio, no la velocidad
permite que el tiempo
adquiera su entendimiento;
y el afamado karma
encuentre su ritmo y transparencia.
Las cuerdas infinitesimales
de la experiencia;
ese paisaje que llevamos,
el tapiz en cada quien
en su imbricado tejido;
causa y efecto
que armonizan el sonido:
las tres bandas,
la danza de la vida,
el saber desplazarse;
la pista de hielo de la infancia,
la fruición de la cuchilla en la superficie,
los tobillos
como mancuernas
en su exactitud;
la respiración sin fuga
de la condición propia:
el aliento de la energía interior
que la naturaleza acoge
en toda diversidad imaginada.
III
La erosión inherente a la creación
que hace de las suyas cada instante
aunque esté ausente
en la superficie de las cosas;
surge con frecuencia,
en toda despedida
que contiene esa tensión de lo que acaba,
el adiós que no convence, pero sucede.
En cada acontecimiento
hay una corriente que lo antecede
y trasciende,
donde las posibilidades se multiplican
ante la emergencia del destino.
Cómo habita el mundo sus ruinas
en los escalones a los cielos
que se pulen,
con la esperanza de millones,
cuando las astillas
de los dolores inconclusos se dispersan,
aquí y allá,
entre sueños y pesadillas
y promesas rotas
de palabras quebradizas,
-un tartamudeo metafísico -.
El golpe seco en las esquinas de lo incierto,
los rumbos con sus horas contadas,
una y otra vez;
la partida apenas comienza.
La jerarquía interior del pensamiento,
una estructura poliédrica
en permanente movimiento,
que no se advierte,
suele multiplicar la realidad,
cuando en la inmensidad somos uno,
abocados a compartir
la extraordinaria experiencia del existir.
No hay de otra,
la superficie verde intacta,
también es una metáfora de la mente.
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